El mandato evangélico de “acoger al forastero” requiere que los católicos cuidemos y nos pongamos del lado de los recién llegados, autorizados y no autorizados, incluidos niños inmigrantes no acompañados, refugiados y solicitantes de asilo, los innecesariamente detenidos y víctimas de la trata de personas. Es urgentemente necesario realizar una reforma comprensiva para arreglar un sistema migratorio que es defectuoso, la cual debería incluir un programa de legalización amplio y justo con un camino a la ciudadanía; un programa de trabajo con protecciones y salarios justos para los trabajadores; políticas de reunificación familiar; acceso a protecciones legales, que incluyan procedimientos de debido proceso; refugio para quienes huyen de la persecución y la violencia, y políticas dirigidas a solucionar las causas que son el origen de la migración. El derecho y la responsabilidad de las naciones de controlar sus fronteras y mantener la ley deberían ser reconocidos, pero aplicados de manera justa y humana. La detención de inmigrantes debería ser utilizada para proteger la seguridad pública y no con fines de disuasión o castigo; debería ponerse énfasis en las alternativas a la detención, incluidos programas de base comunitaria.
Como ha dicho el papa Francisco, la trata de personas es un “crimen contra la humanidad” (Discurso, 12 de diciembre de 2013, y 10 de abril de 2014) y debe ser erradicada de la tierra. Las víctimas de la trata, muy especialmente los niños, deben recibir cuidado y protección, incluyendo consideración especial para recibir un estatus legal y permanente. Se necesitan más esfuerzos de educación y movilización para hacer frente a las causas profundas de la trata de personas: la pobreza, el conflicto y la descomposición de los procesos judiciales en los países de origen.
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